El canto de los cronopios
Cuando los cronopios cantan sus canciones preferidas, se entusiasman de tal manera que con frecuencia se dejan atropellar por camiones y ciclistas, se caen por la ventana, y pierden lo que llevaban en los bolsillos y hasta la cuenta de los días.
Cuando un cronopio canta, las esperanzas y los famas acuden a escucharlo aunque no comprenden mucho su arrebato y en general se muestran algo escandalizados. En medio del corro el cronopio levanta sus bracitos como si sostuviera el sol, como si el cielo fuera una bandeja y el sol la cabeza del Bautista, de modo que la canción del cronopio es Salomé desnuda danzando para los famas y las esperanzas que están ahí boquiabiertos y preguntándose si el señor cura, si las conveniencias.
Pero como en el fondo son buenos (los famas son buenos y las esperanzas bobas) acaban aplaudiendo al cronopio que se recobra sobresaltado, mira en torno y se pone también a aplaudir, pobrecito.
Un cronopio encuentra una flor solitaria en medio de los campos, primero la va a arrancar,
pero piensa que es una crueldad inútil
y se pone de rodillas a su lado y juega alegremente con la flor, a saber: le acaricia los pétalos, la sopla para que baile, zumba como una abeja, huele su perfume, y finalmente se acuesta debajo de la flor y se duerme envuelto en una gran paz.
La flor piensa: "Es como una flor".
(Historias de Cronopios y de Famas, 1962)
Los Habitués, eternos cronopios, no hay nada que hacerle, en combate perpetuo contra todos los pobres famas de este mundo, levantan su copa, se desafían muy denserio a ver quién es el macho que gana el cielo a la rayuela, y se preguntan qué mundo sería éste, tan otro, seguro más gris y tanto más aburrido, mucho menos deslumbrante, si don Julio Cortázar no hubiera nacido, o se hubiera dedicado a otra cosa, por ejemplo.
¡Gracias, don Julio querido, a usté no hay con qué darle! ¡Salú!
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