12.7.10

pero los dinosaurios... (parte III)

Como para teminar: Me entristece pensar que detrás de todo esto, y más allá de cuestiones políticas, por supuesto, del Poder bien terrenal que lamentablemente los tipos ostentan, del oro y el moro, detrás de todo esto, allá bien en el fondo, se oculta el miedo. El miedo a ser por fin un hombre, una mujer, o un poco de cada, solito su alma y con el culo lleno de preguntas sobre el amor, la muerte, la vida; un hombre, una mujer, o un poco de cada, en bolas y a los gritos, sin nadie arriba que nos diga qué hacer, sin nadie abajo a quien atemorizar, a quien despreciar. Un hombre, o una mujer, o un poco de cada, con la bandera de sus seguramente contradictorios deseos flameando bien alta, buscando ser cada día un poco mejor, seguramente más frágil, un poco más fiel, más honesto con uno mismo y con los otr@s, que están ahí para uno, para hacer de esta vida, de la vida de cada uno, un lugar un poco más gozoso y placentero. Una vida, y un cuerpo, compartidos.

Los Habitués proclaman hoy, y mal que les pese a los anacrónicos viejitos de los que hablábamos antes, que el amor y la familia se crean y recrean, se inventan, todos los días. Que la sexualidad es libre y que no tiene forma ni razón, más que las que dicta el propio cuerpo y la imaginación (¡por favor, sobre todo la imaginación!). Que el corazón y la mente también son órganos sexuales y que el cuerpo ama y se enamora sin detenerse a pedir documentos a ver si Roberto o si María. Y que a Dios, si es que existe, seguramente le importa un catzo la palabra "matrimonio" ni ninguna de todas estas pavadas (mirá vos si el “plan de Dios”, enorme, terrible, infinito, va a detenerse en estas minucias). Y bué...

Los Habitués, pervertidos sexuales, eternamente conflictuados en estas épocas de crisis y de replanteos en casi todos los rubros, se ven hoy en la obligación de definirse. Después de mucho análisis llegaron a una angustiosa conclusión: se asumen como heterosexuales reprimidos, aún en el closet. Pero cuando el alcohol les bulle en la sangre y se derrumban pacatas fronteras (a mí no me engañan, con toda esa pinturita y los brillitos...) asumen con orgullo su homosexualidad. Señores, señoritas, los Habitués son, en buena hora, lesbianas de la más pura cepa. ¡Aleluya!

En fin: unos putos bárbaros. Y anarcoperonistas.

Y, ¡ah, su purpurísima…!, ¿sabés qué? ¡La tenés adentro! Y que la sigan mamando. Qué tanto.

¡Salú!

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