13.11.09

¡Que se me sube la mostaza, se me sube!



Sí, señores, es él.

El gran Rodolfo Manyalapietra, Cocoliche, el payaso luchador que hizo las delicias de grandes y chicos allá por las décadas del '30 y del '40, es, en realidad, nuestro querido Rodolfo Pascualón.

Rodolfo integró durante toda su fulgurante carrera de luchador la troupe de Esteban Sá, el visionario gallego que introdujo en el país las luchas de catch. Esta experiencia es previa a la televisación del asunto y los tipos, al estilo de los circos de antaño, hacían giras por barrios y pueblos donde instalaban la carpa y el ring. Cada función era todo un acontecimiento y la fama alcanzada por la troupe llegó a ser extensísima (llegaron a presentarse en Montevideo), y los hinchas se contaban por miles.

Cocoliche salía al ring con la cara pintada de blanco y, pionero, fue uno de los primeros por estos pagos que empezó a agregarle el toque de fantasía (los personajes, los disfraces) al mero hecho de cagarse a mamporros que después popularizó Martín Karadagián llevando la técnica y la imaginación a límites excelsos e inimaginables.

Inmediato antecedente del famoso Pepino el Payaso, se conoce que Cocoliche le inició acciones legales a Karadagián acusándolo de plagio. No sabemos en qué quedó ese asunto, en algún momento se habló de un duelo entre los dos payasos, pero no se sabe, y Rodolfo prefiere no hablar del tema.

Algún agravio, alguna deuda no saldada, los Habitués no conocen detalles, quizás alguna profunda desilusión, hacen que Rodolfo prefiera no recordar ni hacer alharaca sobre su pasado de titán. Pero Rodolfo llegó a ser un tipo famoso, la hinchada infantil lo adoraba, y dicen que algunos morlacos logró juntar en aquellos años, que le alcanzaron, dicen, para comprar el Chevrolet que todavía usa.

El argumento de sus combates, y perdonen si le pincho algún globo a algún abuelo memorioso pero el asunto estaba todo arreglado de antemano, era el siguiente:

Rodolfo, como todo payaso, es bueno y ama a los niños. Nada le colma más su corazón de payaso que la sonrisa de un niño. Los malos que hay en todas partes codician envidiosos el amor que los niños profesan a Cocoliche, pero como son malos y en su corazón no hay amor si no envidia no logran que los niños los quieran, por lo que no paran de hacerle cagadas al bueno de Rodolfo, que, como es bueno, los deja hacer y no reacciona (uno de los momentos preferidos de los chicos era cuando se ponía los anteojos para convencer a los malos de que no podían pegarle).

La fotografía, tapa a color del Gráfico (lo que da cuenta de la fama que alcanzaron estos titanes por aquellos años), ilustra el momento cúlmine de sus combates cuando, después de que le dan como adentro de un saco durante diez minutos, con anteojos o sin ellos, al final se calentaba (la reacción llegaba cuando uno de los malos insultaba o empujaba a alguno de los niños que se desvivían por defender a Cocoliche), y empezaba con su latiguillo "¡Que se me sube la mostaza, se me sube!", y ahí nomás soltaba el "yo soy bueno pero no soy otario" que le guiñaba cómplice a la hinchada, que en ese momento se empezaba a mear de excitación contenida.

Lo que seguía se puede adivinar: Cocoliche, que además de bueno era muy fuerte, no dejaba títere con cabeza, mientras la hinchada deliraba. Y cuando todos sus adversarios yacían tirados como bolsa de papas en el improvisado ring, llegaba el sublime gesto final, su toma característica, el golpe de gracia:

"Chicos, ustedes que son sabios, ¿qué es lo más lindo que hay en la vida?" le preguntaba pícaro a la platea (la foto ilustra este preciso instante). "¡¡¡Una sonrisa!!!", tronaba maliciosa la barra infantil. "¡Sí, señor, una sonrisa!" decía él, y, mientras dulcemente amonestaba al adversario de turno con frases como "¿por qué sos malo?, ¿no ves que ser bueno es más lindo?", o "mirá qué linda sonrisa que tenías escondida, tontolón", le enseñaba a sonreir con la peculiar técnica que muy bien puede apreciarse en la imagen.

Dejaremos aquí esta crónica de tiempos idos. Hace años que Rodolfo no combate: "tengo la mano prohibida", dice él, aunque algo de las viejas mañas todavía le queda y, corazón tierno, espíritu sensible, todavía a veces se le sube la mostaza. Sus amigos Habitués fueron parciales testigos de una mano sublime que se comió un maleducado que andaba molestando a unas damas en el viejo Conventillo de Teodoro, ahí en Almagro. No diré más, no es algo para enorgullecerse, y aprovechamos este medio para pedir las disculpas del caso. Pero que se la merecía, se la merecía. Y la ñapi, un toque nada más, casi una caricia, perfecta.

"¿Qué es lo más lindo que hay en la vida?" No sé, pero mis amigos se le parecen bastante.

¡Salute, Habitués! ¡Y salute, Rodolfo Manyalapietra, Cocoliche!

¡¡¡Cocoliche!!! ¡¡¡Cocoliche!!! ¡¡¡Cocoliche!!!

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