17.5.10

¡Qué bárbaro, Barbieri! Una barbaridá lo suyo...

Hace rato que venimos hablando, un poco sin querer y de casualidad, del noble oficio de la fotografía. Habremos de mencionar entonces, ya que estamos en tema, a un personaje central, clave, en la ya larguísima historia habitué: don Ricardo Barbieri Aguilar, fotógrafo "oficial" de la muchachada que aquí canta desde sus ya casi míticos comienzos.

Primero que nada ha de decirse que, entre sus muchos y múltiples talentos, Barbieri parecía tener el de la ubicuidad: siempre aparecía yirando distraído en el momento justo para registrar fabulosas andanzas de la barra habitué por los mil y un barrios porteños. Encuentros imposibles, eventos irrepetibles y, por tanto, memorables, quedaron grabados para siempre gracias a la lúcida mirada, a la nerviosa y precisa sensibilidad de su dedo índice a la hora de disparar el obturador, pero, sobre todo, a este raro "don" de Barbieri.

Muchas imágenes de las que los Habitués hoy hacen gala y suelen sacar de la galera de los recuerdos pa' darse dique, son obra de este amigo entrañable. Algunas de ellas ya han desfilado por estas páginas; las volvemos a mostrar a continuación, a modo de ejemplo y de exposición retrospectiva:


Fotógrafo barrial y reportero gráfico (laburó en "El Gráfico" y en alguna que otra publicación de renombre), Barbieri jamás se consideró un artista. Si lo apuraban un poco admitía tener dotes y paciencia de artesano, pero, sobre todo, se pensaba a sí mismo como un atorrante con suerte. Hay que decir que por aquellas épocas para ser considerado un "artista" lo primero que había que hacer era estudiar. No como hoy, y sabrán disculpar la disgresión, que cualquier poligrillo con aires de superioridá cree que tiene "algo para decir" y se desvive por publicar, grabar, exponer, explicar, sobre todo explicar, sin empacho, la primer gansada que se le ocurre. Así es como, a veces, la lluvia de pelotudeces parece diluvio.


No obstante, el "arte" de Barbieri era, notoriamente, reconocido más allá de las fronteras del rioba (llegó a tener, en algunos círculos, una modesta pero leal hinchada). Era proverbial la infinitesimal puntería de su pupila inquieta, su superior instinto a la hora de capturar... la forma de una emoción, el olor de una rosa, la letra de una canción o, sin más, una melodía silbada. Tanto así que hasta los energúmenos más insensibles y más alejados de todo pensamiento delicado y/o abstracto admitían que las fotos de Barbieri tenían "un algo", "algo más", que las hacía, no sé, poéticas, indefinibles y cautivantes. Y ojo que hasta en las imágenes más prosaicas: casamientos, bautismos, la foto del equipo campeón del clú del barrio. En imperceptibles combinaciones de luces y sombras siempre lograba añadirle su "toque": una expresión reflexiva y reconcentrada adornando la jeta del otario del cuñado; una fugaz sombra de imposible sonrisa en el rostro de la tía famosa por su acritud; un aire de simpatía, casi como una lindura, en la prima Esther, bagre de antología.


Al hablar de Ricardo Barbieri, es obligatorio mencionar lo que él consideraba "un detalle": Ricardo Barbieri era más ciego que un topo... ciego. Digo: que un topo ciego. Porque no todos los topos son ciegos... en fin. Chicato desde bastante joven, progresivamente fue perdiendo la visión hasta el día aciago en que la perdió por completo. "No sé dónde la habré dejado...", solía bromear con su perenne y refinado humor, negro... perdón, se me escapó una coma. Decía que con su perenne y refinado humor negro. Y lejos de culpar a la vida, al destino, o a la malparida suerte perra que me parió en un oscuro y maldito día, siguió trabajando como cualquier hijo de vecino, y a otra cosa mariposa, "que no veo tres arriba de un burro pero me las rebusco; un contratiempo lo tiene cualquiera...". Y ya sea fruto de la más pura y azarosa casualidad, o porque en verdad el tipo estaba tocado por la gracia divina, sus mejores obras -su mejor obra, de la que hablaremos, por ahí, en algún párrafo siguiente- son ya de su época de total ceguera.


Al perder completamente la vista y convertirse en el primer fotógrafo no vidente en activo del mundo, las analogías no se hicieron esperar, razón por la cual los muchachos del rioba le calzaron el mote de "Amadeus", por Mozart, claro está, y nada está claro, claro, porque el que era músico y sordo era el otro, Beethoven (se ve que los muchachos no eran muy rigurosos a la hora de las citas históricas). "Feliciano", "Raicharls" o "Jorgeluí" fueron algunos otros con los que los mozos crueles y dicharacheros lo adornaron.


Hablamos más arriba de la mejor obra de Barbieri, su obra más portentosa, cúlmine, monumental (una epopeya visual, dicen algunos exagerados). Y es, a todas luces y por acuerdo unánime, la serie "de las patas". La serie "de las patas", o del "corso de Las Patas", son las imágenes que Barbieri tomó en el corso organizado por el Club social, cultural y deportivo "Las patas en la fuente", del que ya hemos hablado en alguna ocasión, durante los apoteósicos festejos de no sé qué bicentenario (ya hablaremos en extenso del tema). Pero resulta que tooooooodo esto viene a cuento porque acabamos de desempolvar una de aquellas reliquias. Hubimos de restaurar los negativos hechos papilla (a decir verdad, en este momento un grupo de expertos se encuentra abocado a esa noble tarea) para que ustedes puedan disfrutar de semejante obra, y de paso corroborar la valía de este fotógrafo de fuste. Un poco de paciencia. La imagen que sigue, que ya habíamos mostrado con anterioridá, pertenece a esa famosa serie, para que se vayan dando una idea:


¿Qué tul? Impresionante... Hay que decir que Ricardo se nos fue hace un tiempo ya, y aunque queda su obra su partida dejó un vacío difícil de llenar. "Yo te lo lleno en dos minutos. ¡Mozo, otra!" dice Vittone algo achispado -el que escribe agradecido-, mientras el recuerdo del amigo ausente se cuela entre las mesas. Como decía, Ricardo, nuestro querido y admirado "Amadeus" Barbieri, ya no está entre nosotros. Se fue. A Cuba, a operarse de la vista y, de paso, defender la Revolución de la agresión imperialista. Parece ser además que se casó con una bella mulata, muy simpática, dicen, y muy gorda. Pero "muuuy gorda", dicen testigos directos del (enorme) hecho. En fin: ¡enhorabuena, hermano! ¡Y salú!


PD: Si te acordás mandame por favor las fotos de Las Toninas. Que andes bien, saludos a Raúl y a la patrona. ¡Salute y hasta más ver! Perdón, se me escapó... es que... En fin. ¡Chau!

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