25.5.10

con el alma aferrada a un dulce recuerdo que hoy canta otra vez...

Por fin, señores, señoritas, ha llegado el día. Como habíamos prometido en estas páginas, y como lo prometido es deuda, acá va: una, sólo una por ahora, de las imágenes de la serie del corso "de las patas", de nuestro querido y nunca bien ponderado Ricardo Barbieri Aguilar, nuestro fotógrafo oficial, eterno y entrañable partener de Flores y de la muchachada habitué en tantas paradas.

Como explicábamos en la crónica anterior, esta imagen, que algunos consideran la obra cumbre de Barbieri, pertenece a la serie de "retratos" realizada por nuestro poeta de la lente durante los históricos corsos que organizaba el C.S.C.y D. "Las patas en la fuente" en la puerta del clú, en el corazón del barrio.


No queríamos dejar de mostrarla en esta ocasión especial, aunque, como dijimos, todavía los negativos están en proceso de restauración. En un esfuerzo sobrehumano de producción, un equipo de expertos (tenemos un japonés, un alemán y un argentino) se encuentran abocados a la tarea. En cualquier momento, cuando termine el feriado al que el japonés y el alemán increíblemente insistieron en plegarse, mostraremos el resultado de sus científicos desvelos y, por fin, las imágenes de Barbieri llegarán a ustedes en todo su, polémico, esplendor.

Un comentario aparte: en aquella ocasión, la que Barbieri tan magníficamente retrató, la edición de los corsos fue especial porque se celebraba en realidad (era mayo y no febrero) algo así como el aniversario de la asunción de la primera junta directiva del clú, fecha que ha dado en señalarse, y recordarse, como la del mismísimo nacimiento de tan respetable y recordada institución. Todavía hoy es difícil precisar cuántos años se cumplían entonces, aunque algunos exagerados dicen que, por lo menos, doscientos.


Más allá o más acá de estos debates, los corsos "de las patas", fueran en mayo o febrero, se hicieron terriblemente famosos y llegaron a ser multitudinarios. En esas nochecitas tibias de verano se daban cita en las calles del rioba filósofos, músicos, poetas, artistas notables y no tanto, jugadores de fóbal, los muchachos del gremio, amigos, compañeros y camaradas de toda laya... Hay que decir que, entre guitarras y botellas de vino, a la luz de las lamparitas de colores y con los bombos con platillo de fondo, solían armarse unas jaranas de órdago y, cómo no, unos tremendos desbarajustes que para qué te cuento...

Los Habitués, de purretes, eran, claro, habitués del corso "de las patas". En esas calles y en esos días, correteando de mesa en mesa, espiando por encima del hombro de algún cantor de renombre, o envidiando el traje, la pintura, de los murgueros mayores, fueron aprendiendo el oficio y las mañas de trovador callejero, atorrante y despreocupado. De esos que cantan hasta que la noche, con sus ángeles crueles y bellos demonios, les copa la parada hasta hacerlos desfallecer... o, quizás, si tienen suerte, hasta que la naifa, con dulces promesas, se los lleva pa'l bulín.

En fin, épocas bravas y felices (de las que seguiremos hablando en estos días), en las que el honor, la utopía y el coraje eran el telón de fondo de historias que vale la pena volver a recordar...

Señores, señoritas, viva... mi pueblo. Derrotado en mil batallas, engañado, envilecido, pero siempre renacido, en manos tendidas, en morenas esperanzas.
Señores, señoritas, no está aún dicha la última palabra. Aunque en estos doscientos años (amén de algunos modestos triunfos) nos dieron como en la guerra, parece mentira pero no, che, no nos han vencido todavía. Todavía laten las ganas, todavía damos batalla.

¡Viva la patria!, entonces... Esa que queremos, la nuestra; revolucionada.

Oid, mortales, el bombo sagrado... ¡Salú!

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1 comentario :

Anónimo dijo...

Qué mundo al fin del mundo!!! Carajo, qué gente, esta patria es lo más lindo que ai. Viva y mil veces viva esta gente que es nuestra patria, nuestra casa, nuestro amor, nuestro recuerdo, nuestros sueños infantiles, y la locura loca, loca de amor y de ganas, que por supuesto nadie vencerá por más abismos que haiga. Gracias Barbieri, qué capolavoro. Tía María