Usté está acostumbrado y ya lo sabe: como el derrotero mental de Los Habitués, gracias a Momo, no sigue una línea recta, estas crónicas tampoco. Veníamos hablando de una cosa, y de repente saltamos con cualquier otra. Cuestión que si le está costando seguir —o hasta encontrar— el hilo del asunto, es que, sencillamente, no lo hay. No obstante, como para hilar un poco, y como para dar cuenta de algunas de las múltiples ocupaciones que ocuparon su ocupada existencia durante sus años de ausencia, lea esto que sigue, y dice así:
Sí, Los habitués parece que viven en Babia, pero no. Es una pose, un personaje, según ellos, para pasar desapercibidos a la hora de cumplir misiones peliagudas. Y, de paso, para laburar poco. Eso, desde ya.
De lo otro, no sé; para mí viven, efectivamente, en Babia, digan lo que digan y hagan lo que hagan.
No obstante, de un tiempo a esta parte se vienen avivando de que anda pasando algo grande, y, cómo no, se dieron a la tarea de averiguarlo.
¿La técnica? Acodarse en cualquier mostrador, y, según ellos, fingiendo estar en Babia, lanzarle al primer coso que por ahí ande: ¿Y, qué me cuenta de... el asunto este? O "de... este asunto", asigún el énfasis que se le quiera dar al misterio.
Lo poco específico de la pregunta, y los infinitos delirios que fueron recibiendo por respuesta, los tuvieron desconcertados y absolutamente desorientados por un largo tiempo, hasta que un buen día, una moza de la "Imperio" de Chacarita, abatida repreguntó:
—¿Usted me habla del asunto este de la IA?
—Sss... sí, sí..., claro, de la "ía" —respondió, cauto, pero con la respiración ya algo agitada, el habitué de referencia.
—Ni me hable —zanjó la muchacha entre sollozos—. Un desastre... Mi marido se la pasa hablando de fútbol todo el día con... Esa... Bichi, le dice...
¡Eureka! ¡A la marosca! ¡Kikirikí! Era eso nomás: La IA. ¡La inteligencia artificial! ¡La artíficial intéliyens!, según le dijo la chica de la "Imperio".
Pronto nos empapamos de los pormenores de la historia, y, extasiados, nos pusimos a saltar en una pata: ¡teníamos en nuestras manos LA HERRAMIENTA para moldear, en pos de una causa noble, las mentes, el pensamiento, el mismísimo futuro de la Humanidá!
Cuestión que decidimos meternos a explorar el "negocio", y como Crespi tiene una computadora en la casa —o por lo menos eso fue lo que nos dijo—, allá nos fuimos. Los trece.
Resultó que sí, computadora tenía. Una Commodore 64, de 1990. Para que se haga una idea, una como esta, mire qué linda:
Pero bueno, en honor de la verdad, era una más bien parecida a esta otra:
Bueno, en realidad era esta. Pero esa no es la casa de Crespi, no se vaya a creer..., sino un cuchitril que alquila para algunos emprendimientos.
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| Inteligencia Abitué (Fotografía: Irene Amber) |
Retomando: compu tenía, lo que no tenía era espacio. Así que algo amuchaditos, nos pusimos manos, y dedos, a la obra. Después de estrujarnos la sesera durante varios días, al fin la bautizamos: I A. Inteligencia Abitué. Tomá mate, ¿eh, qué tul?, ¿qué le parece?, una bomba, ¿no? ¿Qué me cuenta?
Primero, difundir nuestro emprendimiento nos costó un Perú, pero a la final convencimos a un par de vecinos que se bajaron la app (se escribe así, "app", con doble P de pap-a-rulo), y nos comenzaron a llegar los primeros requerimientos.
Por supuesto, demás está decir —y de seguro usté ya lo habrá adivinado—que detrás de todo el asunto no había ninguna inteligencia, ni artificial ni artesanal ni de ningún tipo, más que la de nuestros pobres y a esta altura algo exigidos intelectos.
Pero como algunos habitués se consideran brillantes —o por lo menos eso es lo que dicen los caraduras— dijeron: "Cuchame, somos trece, y trece cabezas piensan mejor que una". Y aunque usted no lo crea, también dijeron: "Y ponele la firma, de seguro abarcamos casi todo el saber del orbe, sindudamente". "Vamos a andar bien", dijeron. "Vamo'a andar", repitieron al final.
Al comienzo todo anduvo fetén fetén. Por ejemplo, la Blanquita de la vuelta, preguntaba por recetas de cocina, y ahí iba Nino, Pernod (o el que estuviera de turno) hasta el estante, cachaba el broli de Doña Petrona, y chau.
Arturo el del taller preguntaba sobre cómo ajustar una biela, y lo llamábamos a Pascualón, que de autos que se paran y no arrancan sabe mucho, y listo el pollo.
Y así.
Por supuesto, y perdón que no lo expliqué antes, el corazón del plan —realmente la obra maestra del pensamiento habitué— implicaba infiltrar entre recetas de cocina, bielas y demás inconsistencias, nociones de alta filosofía, de geopolítica, valores morales; arte, cultura, ética, jurisprudencia igualitaria, y, voto a Momo, nociones del más elemental sentido común para un mundo éste que de un día para el otro se ha vuelto, sencillamente... El adjetivo póngalo usté, que de momento no me quiero pelear con nadie.
Por ejemplo: "Si te va mejor que antes = gobierno bueno", o, por el contrario, "si te va como el reverendísimo tujes = gobierno malo, malo, muy malo, que no hay que votar nunca, nunca, nunca". Nociones de este estilo se empezaron a impartir sin cesar disfrazadas de informaciones anodinas, modelos de CV, exámenes de geografía de cuarto año, tesis de grado...
Un ejemplo práctico: Marito de la otra cuadra, albañil el hombre, y, hay que decirlo, algo vagoneta, solía preguntar por el estado del tiempo, para ver si iba a laburar o no ese día. Los habitués que debían contestarle ya estaban apalabrados para informarle que "hoy va a llover a cántaros, pajarito, pero a no aflojar: sólo la voluntad, torrencial como la lluvia de hoy día, forja el carácter y hace de uno un hombre valioso pa´la sociedad".
Pa'l carnicero, hombre dado a la maledicencia, otro ejemplo: si inquiría sobre si el color azul de las camisas le sienta mejor —o mejor el rojo—, a los hombres maduros con alopecia, se le chantaba: "no importa el color con que se vista mientras sea un hombre derecho; y no sea chismoso, que a usté tampoco le gustaría que andan hablando a sus espaldas".
En fin... Como usté ya empezará a adivinar, la cosa se empezó a complicar bastante antes de lo previsto. ¿Cuándo? Cuando el pelafustán del ferretero de allá de la avenida, que siempre fue un pelafustán y también cosas peores, preguntó, ante la inminencia de no sé qué elecciones, ¡a quién votar!
—¿Y a quién vas a votar, pedazo de gilastrún? —tipeó Moskato a la velocidad del rayo, ante la mirada atónita de los demás habitués que se abalanzaban desesperados porque no les alcanzaban las manos para detener al susodicho, que, exasperado le espetaba al imprudente: "no te da vergüenza, ¡tu viejo! que se deslomó laburando para que vos tengas el negocio, y ahora te hacés el que no sabés a quién votar, tilingo de relojería, gorilón...". Y así.
"Esta IA no habla de política, no habla" fue la nueva cláusula que dimos a conocer. Y la cosa anduvo un tiempo más, pero se empezó a ver que la gente algo sospechaba. Y nuestra pobre IA empezó a recibir preguntas difíciles o polémicas a propósito, y los muchachos empezaron a sudar la gota gorda para responder en tiempo y forma.
"¿Qué juego es más elegante, el de Ríver o el de Boca?", y la respuesta variaba, a veces rotunda y procazmente, según quién contestara. "¿Cómo definirías la obra poética de Belén Francese?"; "¿y la de Saúl Ubaldini?". Y sí, a veces terminaban mandando fruta si les daba fiaca o bronca la pregunta...
No obstante, gente afectuosa y querendona, ponían especial cuidado si la pregunta venía de amores, y por supuesto, en esas lides, andaban con pies de plomo. Pero, como no podía ser de otra manera, un día pasó lo que estaba dicho que tenía que pasar.
Resulta que había un habitué que le arrastraba el ala a la hermana de la Raquel. Pero resulta también que esta hermana de la Raquel (porque tiene varias) parece que un novio ya tenía. Y resulta que el quía, es decir, el novio, no tuvo mejor idea que preguntarle a la IA cuáles eran las señales a tener en cuenta para ver si la novia de uno andaba con otro... —¿Y a vos que te importa? — respondió el habitué de marras, porque era ¡justo él! el enamorado de la ninfa. —¡¿Qué te pasa, gato?!— retrucó-escribió azorado el quía. —Que te metas en tus asuntos, chichipío, que la hermana de la Raquel... — ¡¡¡Para qué!!!
Se las hago corta: Los Habitués fueron finalmente desenmascarados, y su famosa e incipiente IA, abandonada. Y aunque intentaron explicarse y aclarar que los movía un ideal altruista y noble, fue mejor tomarse el piro por un tiempo... Hasta que la cosa se olvidara un poco. O por lo menos hasta que la hermana de la Raquel lo dejara al coso ese.
—Éramos trece —dijeron los habitués brillantes—, no había forma de que no saliera mal. No había forma —repitieron.
Al final.



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