16.10.09

Bien guardado se lo tenían... ¡y se agrandó la familia!

Tantos misteriosos misterios rodean a los Habitués, a cada uno de ellos, que ya casi son parte de la cotidiana de la mesa del bar. Desde hace tanto tiempo comparten con ellos alguna silla ocasionalmente vacía y el vino con soda, que a estas alturas ya nadie les da bola ni se molesta demasiado en revisarlos ni develarlos. Sospecho, de todos modos, que la razón principal de esta tácita indiferencia se debe más bien a la fiaca de la que hacen gala indecorosamente estos muchachos, pero también al temor que los embarga de sólo pensar que detrás de la promesa de grandes revelaciones se esconden las más perfectas paparruchadas. Por ende, espíritus trágicos, prefieren envolverse en sus pipiolos misterios cual bufanda.

Uno de los secretos mejor guardados entre los Habitués es a qué se dedica Nino Carcassonne, de qué cornos vive. Los muchachos, cuando él está ausente, arriesgan hipótesis diversas, a cual más descabellada, aunque la que se venía aceptando en forma mayoritaria era la versión que da cuenta de la existencia de una viuda algo mayor que lo mantiene a cambio de recibir algún oscuro favor de índole amorosa. Otra versión, más radical y sostenida empecidamente por Cynar en soledad, indica que Carcassonne es en realidad pirata del asfalto. Y que nunca duerme.

Nino por su parte no dice ni mú y sólo se limita a dejar caer una media sonrisa cuando le preguntan. Un dato curioso: desde hace un tiempo Pernod tampoco dice nada y sólo se limita a dejar caer la otra media sonrisa, la que faltaba. Tanto así que los muchachos empezaron a pensar que de alguna cosa se había enterado este atorrante y que, negocio turbio de por medio, estaba también metido en el ajo...

Hasta el otro día, hará una semanita, en que Carcassonne se apareció por el bar con un coso enfundado en azul y forma, a primera vista por lo menos, de instrumento musical. Va a continuación una imagen, la que mágicamente surgió de la mentada funda ante los incrédulos, azorados y maravillados ojos Habitués.



¿De dónde te choreaste eso, Nino?, pregunta obligada, y hay que decir que le costó un perú que le creamos que en realidad lo había hecho él, durante noches y noches de insomnio, en un taller que tiene en la terraza del bulín. Así que, eso nomás, el quía era luthier. Mirá vo', quién lo hubiera dicho, aunque Cynar porfía que TAMBIÉN es pirata del asfalto. Y bué...

La otra parte de la historia es que el coso éste, hermoso por donde se lo mire, se lo había encargado nuestro amigo Pernod (¡ah, picarón!), que soñaba desde hacía tiempo con tener un bajo de diseño y hecho a medida. De dónde se habrán afanado los planos es otro tema... Cynar dice que Nino tanta imaginación no tiene. Qué quiere que le diga, yo le creo a Carcassonne.

Así que en buena hora se acaba de agrandar la familia habitué con un nuevo integrante. El orgulloso y flamante dueño de esta maravilla única en el mundo, Tàlvez Pernod, lo acaba de bautizar Juan Domingo, Pernod de apellido, faltaba más, ya que declama que el bicho éste es como un hermano para él. Los Habitués, felices.

Así que, señoras y señores, con ustedes, para ustedes, el Pocho Pernod. ¡Que lo disfruten!


Carcassonne y Pernod, los padres de la criatura, junto al Pocho. Nomás falta el balcón, falta...


(Ojota, develado el misterio, cualquier pedido, cualquier cosa que se les ocurra, se comunican con Carcassonne. Eso sí, van a tener que esperar dos o tres años para que se los haga... Paciencia, que vale la pena.
Él por su parte dice que acaba de diseñar un bombo con platillo en el que se puede guardar el redoblante adentro cuando se viaja. Cynar dice que cómo se le ocurrió semejante porquería, qué el no quiere un mueble si no un bombo todo hecho de ébano y con inscrustaciones de nácar. Internas habitués. Pa' mí que está celoso... )

¡Salú!

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