9.10.09

siempre que se hace una historia...

Más alto que el Aconcagua, más ancho que el Río de la Plata, más hondo que el Mar Caribe, más largo que el Amazonas, más valiente y más bueno que el Zorro. Nuestro querido y americanísimo Quijote, don Ernesto Guevara. El mejor de todos, che.

Que encima parece ser que estaba refuerte (tenía un póster yo medio viejo que, muerto de celos, tengo que confesar, decidí sacar a la tercera vez que una minusa se quedó embobada mirándolo con ojos lascivos. ¡Mas respeto con el comandante, señorita!).



El Che. Argentino, cordobés nacido en Rosario, estudió y se graduó de médico en Buenos Aires. Después, se fue de viaje. Se hizo cubano por derecho propio, anduvo por África, hasta que llegó a la honda Bolivia para entre otras cosas decirle a un sargento borracho y asustado: Póngase sereno y apunte bien. Va a matar a un hombre.

Un hombre...

Querido Comandante, desde la enorme estatura de su ejemplo... por qué no se baja y se prepara unos mates. ¿O prefiere un vino? Y nos cuenta.



El Che, el ejemplo del Che, quedó detenido. Y sus derroteros, sus elecciones, sus aciertos, sus errores, perdidos, casi un detalle de color. Hoy nadie, los jóvenes, no saben muy bien qué hizo, qué dijo, qué pensó. ¿Qué habrá pensado ahí en el Yuro, en la escuelita de la Higuera? ¿Qué pensaría el Che ahora del Che aquel? Digo estas cosas y aventuro una opinión personal: prefiero las montoneras populares, qué le voy a hacer, aunque se tarde más, que a las puras vanguardias. ¿Maestro, me cambia el foco?



Nos gusta pensar en el Che como un tipo sencillo, que es decir complejo a la vez, todo lo íntegro que quería y se exigía ser, un hombre entero. Y apasionado. Y valiente. Un tipo que por otros y para otros se fue a la guerra, como Mambrú, y cabe decir que la guerra es la guerra. No es poesía, no son las canciones, los homenajes. La revolución es calzarse un fierro en la cintura, y a poner el pecho. De ahí en más, en terreno tan espinoso, la diferencia la marca el corazón. Y el del Che era grande.



"Queridos viejos: Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante; vuelvo al camino con la adarga al brazo."



El Che, por suerte, todavía sigue su viaje...

Querido Che, ¡qué lindo que suena "che" en este caso (y en todos los casos)!, para usted nuestro saludo, nuestro abrazo, nuestro pequeño pero enorme abrazo habitué, nuestra admiración, nuestro irreverente respeto.

Y nuestras canciones, para usted, che comandante, y para todos, todos, todos los que pensaron, imaginaron, soñaron y se pusieron a hacer (alguna) revolución alguna vez. Patria sin pobres ni tristes, escuché por ahí. De eso se trata. En eso estamos. ¡Salute, mi amigo!

Un hombre... casi nada...

O casi todo. Lo único que hace falta.

¡Salú!

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2 comentarios :

Anónimo dijo...

Comparto con ustedes esta carta que le envió el Ché a Aleída March.

Amor:
Ha llegado el momento de enviarte un adiós que sabe a camposanto (a hojarasca, a algo lejano y en desuso, cuando menos). Quisiera hacerlo con esas cifras que no llegan al margen y suelen llamarse poesía, pero fracasé; tengo tantas cosas íntimas para tu oído que ya la palabra se hace carcelero, cuanto más esos algoritmos esquivos que se solazan en quebrar mi onda. No sirvo para el noble oficio de poeta. No es que no tenga cosas dulces. Si supieras las que hay arremolinadas en mi interior. ¡Pero es tan largo, ensortijado y estrecho el caracol que las contiene, que salen cansadas del viaje, malhumoradas, esquivas, y las más dulces son tan frágiles! Quedan trizadas en el trayecto, vibraciones dispersas, nada más. [...]
Carezco de conductor, tendría que desintegrarme para decírtelo de una vez. Utilicemos las palabras con un sentido cotidiano y fotografiemos el instante.
[...] Así te quiero, con recuerdo de café amargo en cada ma¬ñana sin nombre y con el sabor a carne limpia del hoyuelo de tu rodilla, un tabaco de ceniza equilibrista, y un refunfuño incohe-rente defendiendo la impoluta almohada [...]
Así te quiero; mirando los niños como una escalera sin historia (allí te sufro porque no me pertenecen sus avatares), con una punzada de honda en los costados, un quehacer apostrofando al ocio desde el caracol [...]
Ahora será un adiós verdadero; el fango me ha envejecido cinco años; solo resta el último salto, el definitivo.
Se acabaron los cantos de sirena y los combates interiores; se levanta la cinta para mi última carrera. La velocidad será tanta que huirá todo grito. Se acabó el pasado; soy un futuro en camino.
No me llames, no te oiría; solo puedo rumiarte en los días de sol, bajo la renovada caricia de las balas [...]
Lanzaré una mirada en espiral, como la postrera vuelta del perro al descansar, y los tocaré con la vista, uno a uno y todos juntos.
Si sientes algún día la violencia impositiva de una mirada, no te vuelvas, no rompas el conjuro, continúa colando mi café y déjame vivirte para siempre en el perenne instante.
Che

Después de semejante carta... ¿qué más decir?

Saludos
Cecilia

Les Habitués dijo...

Nada.

(gracias)